miércoles, 23 de diciembre de 2009

¿Sospechosos? A proposito del trabajo del colectivo El Bloque en la X Bienal de Cuenca

Un “otro” sospechoso: ejercicio grafico para problematizar la construcción de estereotipos que se crean en torno a discursos de in-seguridad.

Por Alejandro Cevallos.


Los discursos sobre in-seguridad contribuyen a prácticas de representación, que producen formas discriminatorias de conocimiento sobre el “otro”, profundamente implicadas en las operaciones de poder. (Cft. Said en Hall, Stuart. Representación, p.260)


El presente documento se plantea una reflexión ante las representaciones de otredad que se generan en un escenario urbano configurado por el miedo al crimen; para lo cual, me basaré en un ejercicio gráfico realizado por el colectivo de arte “El Bloque”, que consistió en: una negociación con personas de diferentes barrios populares de Quito y Cuenca, para que nos regalaran un dibujo/retrato que describiera a un “sospechoso”; a esta negociación le presidió una entrevista acerca de temas de seguridad ciudadana, que tenía como objetivo valorar el grado de afección que relaciones sociales y subjetividades sufrían debido a la experiencia/percepción de in-seguridad en espacios públicos.

Será importante, entonces, aclarar el proceso metodológico por el cual se desarrollo éste ejercicio grafico; aunque, para efecto de este ensayo: daré preferencia a una lectura del producto visual por sobre las narraciones de los entrevistados que se produjeron antes y después del ejercicio gráfico. Intentaré tomar en cuenta los problemas metodológicos y epistémicos que significó la ejecución del ejercicio gráfico, para a continuación, ensayar una interpretación sobre las evidencias que arrojaron estos dibujos en el contexto de discursos hegemónicos de in-seguridad.


1. Problematizar nuestra mirada ante la in-seguridad[1].


El ver y el representar son actos materiales en la medida en que constituyen medios de intervenir en el mundo. No vemos simplemente lo que está allí, ante nosotros. Más bien, las formas específicas como vemos –y representamos- el mundo determina cómo es que actuamos frente a éste y, al hacerlo, creamos lo que ese mundo es. (Poole, 1997: 15)


Cerramientos en el domicilio o fortificaciones en conjuntos habitacionales, alambradas electrificadas, pedazos de vidrio, rótulos de advertencia, pasan desapercibidos en la rutina de transitar las calles; video-vigilancia, guardianía privada, alarmas de autos y locales comerciales, noticieros y reportes policiales que alarman sobre un estado altamente peligroso de la ciudad, son comunes cada día.

Si bien el aumento de la violencia urbana y específicamente del crimen en la ciudad, son un problema “real” que impacta en la intimidad de nuestra convivencia cotidiana -modelando nuestra visión subjetiva del mundo- las estrategias que se adoptamos para enfrentarla, lejos de proveernos de un enfoque que abarque la complejidad, son estrategias que incurren en operaciones que esencializan nuestra postura ante la in-seguridad en binarios: adentro, privado/seguro, afuera, público/peligroso; la sociedad contra el anti-social; el bien contra el mal. En este sentido, las transformaciones del paisaje urbano con relación al miedo deben entenderse como políticas espaciales de discriminación, justificadas y naturalizadas mediante discursos hegemónicos de in-seguridad y procesos de incorporación de estos discursos por parte de todo el cuerpo social.

En conciencia de este escenario, el colectivo El Bloque diseñó una dinámica de investigación que problematice el cómo se va alzando una cultura material del miedo[2]. Sin embargo, en esta investigación – que se realizo básicamente a través de registros fotográficos y cartografías de espacio cerramentado e hiper-vigilado- poco se reflejaba los procesos por los cuales se constituía el espacio concreto.


Las narraciones cotidianas en torno al crimen en su dimensión mítica, la insidencia mediática en estas formas de comunicación “cara a cara”, los imaginarios de otredad que se producen a partir de éstas, debían ser explicitados en concordancia con un objetivo del colectivo, que era: hacerse de material visual que permita devolver –a manera de dialogo / confrontación- los resultados de la investigación a los grupos sociales con los que se había trabajado.

El colectivo paso de un reconocimiento -que mucho tenía que ver con un trabajo de registro y archivo- de lo que se construye a partir de la experiencia-percepción de in-seguridad, a propiciar un dialogo más cercano con los sujetos que habitan barrios populares (Quito - Cuenca), diseñando ejercicios etnográficos para este propósito (entrevistas, conversatorios con grupos focales, intervenciones en el espacio público, ejercicios gráficos, proyecciones de materiales de archivo).

Las entrevistas que se consiguieron fueron incitadas bajo la premisa de hablar sobre el barrio que habitan y sobre la problemática mayor a la que como comunidad se estaban enfrentando. Una vez que detonara el tema de la in-seguridad ciudadana, que en la mayoría de los casos fue la primera en resaltarse por los entrevistados, nos detuvimos preguntando sobre cómo han sufrido esta experiencia y cómo había afectado su relación con el barrio; en el desarrollo de sus narraciones, generalmente los entrevistados llegan a conclusiones sobre los responsables de este problema; muchas veces aunque no se haya sufrido una experiencia de crimen, los entrevistados describían características del criminal (procedencia, “raza”, acento, vestuario, facciones y particularidades físicas, etc.), al llegar a este punto, la negociación sobre hacer un dibujo comenzaba.

2. Representaciones del “sospechoso” [3]

Los entrevistados, accedían sin problemas, y pocos se negaban rotundamente alegando su inhabilidad para el dibujo. La mayoría de veces el ejercicio era tomado como una pausa más o menos lúdica, en medio de una conversación más bien dramática donde los entrevistados exponían sus posturas políticas, sus experiencias personales, y sus juicios sobre lo que se debía hacer en contra de la inseguridad.

Sabiendo que los entrevistados accedían al ejercicio con cierto “buen humor”, se podría especular, que sus dibujos no solo describieron las características del “sospechoso” (con la puesta en escena de estereotipos que eso significó) sino que, parodiaban al “sospechoso” adjudicándole caracteres físicos grotescos, exagerados y cargados de un juicio moral. En este sentido, se puede notar que si bien, la variedad en cuanto a línea gráfica es abundante, la coincidencia en algunos rasgos como: barbas o apariencia de no haberse afeitado, falta de expresión, arrugas, cabellos alborotados, la recurrencia de cicatrices, vestuarios raidos o característicos de grupos sociales minoritarios (tatuajes, pañuelos, gorras), son considerados por los entrevistados fuera de la norma y por tanto sinónimos de peligrosidad. ¿Qué tipo de relación existe entre estas representaciones de “otro sospechoso” y un proyecto de disciplinamiento de la mirada?

Por otra parte (totalmente opuesta), los personajes que aparecen en un 30% son personajes que no aparentan ninguna seña de “peligrosidad”, podríamos decir, que son representaciones de gente común. Entre estigmas de peligrosidad y gente común, nos preguntamos: ¿Son estos dibujos una evidencia de que nuestra imagen del “sospechoso” se extiende hasta los sujetos que no presentan ninguna seña de peligrosidad? Es decir, en un escenario dominado por discursos hegemónicos de in-seguridad, ¿podríamos ser todos considerados sospechosos?

Para responder estas preguntas recurro en primera instancia a lo explicado por Foucault (1976): La disciplina, como una tecnología del poder (conjunto de micro-políticas) que se ejerce sobre el cuerpo para potenciar sus capacidades productivas y reducir sus posibilidades políticas. En la sociedad disciplinaria, los cuerpos deberán ser legibles y entendibles (clasificables), sus movimientos homogéneos (predecibles) y su apariencia acorde al sistema productivo. La disciplina intenta construir una forma de relación entre los cuerpos, que se basa en su mutua vigilancia en observancia de lo “normal”. “El éxito del poder disciplinario se debe sin duda al uso de instrumentos simples [e incorporados por todo el cuerpo social]: la inspección jerárquica, la sanción normalizadora y su combinación en un procedimiento que le es especifico: el examen.” (Foucault. 1976: 175)

La imagen del “sospechoso” en los dibujos, está en relación directa con el entendimiento de los cuerpos, allí se imbrica política y estética normativa, realizada a través de un examen visual hecho mecánica e instantáneamente sobre los sujetos. El vagabundeo, la apariencia de desempleado, la minoría étnica o cultural, serán objeto de inquietud para la mirada educada en una sociedad disciplinaria, más aun en el escenario de la in-seguridad ciudadana.

Por otra parte, el ejercicio gráfico se encontró con un problema metodológico, puesto que constituyo una dinámica “demasiado pública” para que los entrevistados/dibujantes pongan de manifiesto juicios raciales y xenófobos, que por el contrario, en las entrevistas orales supieron evidenciar. Aunque las representaciones de mujeres y de afro-descendientes existen en este ejercicio gráfico, es en un número minoritario. Adjudicamos este hecho a un recatamiento ante lo que es y no es “políticamente correcto” poner de manifiesto. Sin embargo, ciertas formas de representación pueden considerarse de sesgo clasista, en donde se rechaza al pobre y se lo asocia directamente con la actividad criminal. Teniendo en cuenta que la mayoría de los entrevistados/dibujantes no han sufrido en “carne propia” un hecho criminal, podemos deducir que la imagen que construyen sobre el “sospechoso” depende en gran medida de la mediación de información, dada principalmente desde medios de comunicación masiva, especialmente desde la televisión, que en nuestro país como en Latinoamérica, sigue siendo considerada la fuente más confiable de información, legitimándola como principal locus de enunciación, es decir como lugar de producción de representaciones (Hall:1999),

A pesar de una supuesta neutralidad, los medios prefieren dar énfasis al crimen callejero y la crónica roja[4] asociado a sectores populares, pobres, marginales o minoritarios; puesto que “en [una sociedad] disciplina[ria], son los sometidos quienes deben ser vistos. Su iluminación garantiza el dominio del poder que se ejerce sobre ellos. El hecho de ser vistos sin cesar, de poder ser visto constantemente, es lo que mantiene en su sometimiento al individuo disciplinario.” (Foucault. 1976: 192). Esta atención sesgada genera una imagen tanto física como moral del criminal, para satisfacer “un deseo violento por conocimiento inmediato de las relaciones sociales” (Balibar, en Caldeira 2007:46), que a la vez es un tipo de desconocimiento.

Para el análisis de los dibujos de “sospechosos” resulta útil pensar en que los procesos de estigmatización se hacen sobre espacios localizables, es decir, se enfocan en una supuesta zonificación del crimen, que en ultimas estigmatiza no solo a individuos por origen, etnia o género, sino que, abarca a todos los habitantes de una “zona roja” independientemente a sus características individuales.

3. A manera de conclusión.

Cuando, Root (1864), Bertillon (1890) entre otros, intentaban sistematizar para fines policiales el fenotipo del “sospechoso” en cocncordancia con la idea de que “el lenguaje original de la naturaleza, está escrito en el rostro” (Caspar en Sekula, [1770] 1986: 11), se enfrentaban a un problema técnico-fotográfico, ¿cómo homogenizar la expresión natural del rostro?, además del la implementación de artilugios y condiciones espaciales-corporales a los sujetos fotografiados, se plantearon el abandono de cualquier ambición estética que pudiera comprometer el uso científico, objetivo, clasificatorio de las imágenes.

En el caso del ejercicio gráfico, del que venimos hablando; los entrevistados/dibujantes parecería que han resuelto en la dimensión del imaginario este dilema, o por lo menos en parte: con algunas excepciones, el rostro de los personajes dibujados aparece sin expresiones ni emociones visibles, su mirada clavada de frente hacia el espectador; y por el contrario, las cicatrices aparecen como estigmas que delatan su naturaleza peligrosa, conformando así, un archivo ideal.

En muchas ocasiones, ya sea por criticas externas o reflexiones internas, surgieron discusiones dentro del colectivo El Bloque, que intentaban responder a la acusación de que: dinámicas de investigación como ésta, hacían circular estereotipos a los cuales supuestamente se quería confrontar. En realidad, es difícil hablar de violencia sin reproducir o representar la violencia; y aunque no pretendo responder absolutamente esta inquietud, quiero argumentar que: la violencia del poder normativo en las representaciones, se iba constituyendo por medio de pretensiones tecnológicas (fotográficas), que aparentaba excluir la subjetividad y agencia del operario para supuestamente alcanzar una perspectiva clara y precisa sobre el sujeto fotografiado.

En otra dirección, el ejercicio planteado por el colectivo El Bloque, que abandono toda pretensión de objetividad en la representación del “sospechoso”, e incluso abandono cualquier incursión del artista como autor de las representaciones, tuvo como finalidad conseguir una aproximación al discurso social que describe física y moralmente al criminal. Es decir, nuestra problematización no es sobre la tecnología con que se han hecho las representaciones del criminal sino sobre cómo hemos incorporado una forma de mirar estas representaciones, al grado de tenerlas incorporadas en la memoria y en nuestras subjetividades. Ya que es allí, en la incorporación de estas operaciones clasificatorias donde se anclan proyectos políticos autoritarios y discriminatorios sobre el espacio y los cuerpos.

Cuando pensamos en la “lucha anti-delincuencial” es posible que la estemos pensando a través de una acumulación de discursos e información mediada, que presentan el problema de la in-seguridad en una reducción de la complejidad de las relaciones sociales a dos grupos: la sociedad y los anti-sociales; A partir de la cual se propone una “lucha” escencializada, una pugna entre el bien y el mal. En suma, esta caricaturización del problema a una cuestión binaria y estereotipada provoca que justifiquemos como “naturales” las estrategias (violentas) contra la delincuencia, vista desde el imaginario popular como la vía más eficaz.

Lo que se pierde, es perspectiva sobre asuntos más hondos como: la relación asimétrica entre identidades hegemónicas y marginadas, o la relación entre seguridad social y seguridad ciudadana. Asuntos que posiblemente arrojarían soluciones más coherentes, aunque demandarían una restructuración de todos los mecanismos por los cuales actualmente enfrentamos la in-seguridad.


Notas:

[1] Como aclaración: en el presente ensayo, el uso del concepto “discursos de in-seguridad” hace referencia a un conjunto de políticas -públicas y privadas-, que se refieren y se ejercen sobre el espacio y los cuerpos; diseñando un modelo hegemónico de seguridad ciudadana para hacer frente a la violencia de índole criminal. “in-seguridad” intenta denotar el carácter binario y la dimensión performática de estos discursos, que en su pretensión de diagnosticar y resolver el problema lo simplifican en complejidad, lo reproducen y canalizan.

2Con cultura material del miedo, me refiero a las manifestaciones socio-culturales con connotaciones políticas y económicas, producidas ante el miedo al crimen, que se materializan, se objetivizan concretamente en la ciudad.

3 A lo largo de este ensayo me referiré a un ejercicio grafico, del cual resultaron aproximadamente 400 dibujos realizados por habitantes de barrios populares de Quito y Cuenca principalmente

4 Este tipo de informaciones ocupan entre 27% y 35% del espacio de noticieros de televisión, según reportó Urvio #5 en el 2008. Es de conocimiento común que el periódico de más circulación en el país es el Extra, que dedica más del 70% de su espacio a este tipo de contenidos.

Bibliografía.

o Bertillon, Alphonse. 2006. La fotografía judicial (1890). En: Fotografía, antropología y colonialismo (1845-2006), Juan Naranjo (ed.). Barcelona: Editorial Gustavo Gilly, pp. 102-111.

o Broca, Paul. 2006. Instrucciones generales para las investigaciones antropológicas (1879). En Fotografía, antropología y colonialismo (1845-2006), Juan Naranjo (ed.). Barcelona: Editorial Gustavo Gilly. pp. 80-81.

o Caldeira, Teresa (2000 [2007]). Ciudad de Muros. Barcelona: Editorial Gedisa

o Foucault, Michel (1976). Vigilar y Castigar, México D.F.: Ed. Siglo XXI.

o Flavián, Nievas (1998). El control social de los cuerpos. Buenos aires: Ed. U.B.A.

o Hall, Stuart (1997). “Representation, diference and power” En The spectacle of the other. Londres: Sage Publications.

o Hall, Stuart, (1999) “Identidad Cultural y diáspora”. 131- 145. en Castro-Gómez, Santiago, Guardiola-Rivera, Oscar, Millán de Benavides, Carmen (Eds.), Pensar (en) los intersticios. Teoría y práctica de la crítica poscolonial, Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana-PENSAR.

o Poole, Deborah 2001. Introduction. En Vision, Race and Modernity: A Visual Economy of the Andean Image World. Princeton, NJ: Princeton University Press.

o Pontón, Jenny (2008) Crónica Roja en los medios de comunicación ecuatorianos: ¿Un problema de seguridad ciudadana? URVIO revista latinoamericana de seguridad ciudadana. Nº 5, Quito, Septiembre.

o Sekula, Allan. 1986. “The Body and the Archive.” October 39, Winter.




martes, 22 de diciembre de 2009

A propósito del trabajo del colectivo El Bloque en la X Bienal Internacional de Arte en Cuenca


El colectivo El Bloque viene levantando una serie de registros (gráficos, fotográficos y audiovisuales) en su intento de dar cuenta de una cultura material del miedo que configura el espacio y las prácticas de interacción social en nuestras ciudades. Partiendo de la premisa de que la violencia de índole criminal es un problema “real” pero también es un problema producido y reproducido en el imaginario, atravesado por discursos políticos y económicos que operan en la intimidad de la gente modelando su visión subjetiva del mundo. Nuestro trabajo para la X Bienal Internacional de Cuenca (Categoria: Imaginarios de la ciudad y memoria), se propuso una selección de documentos a desplegar que formaran un mapa de vinculaciones entre diferentes aspectos de la in-seguridad ciudadana, enfatizando la relación entre “habla cotidiana del crimen” y la producción de una “materialidad del miedo




La irrupción de un acontecimiento violento como el crimen, marca un hito en la temporalidad que una persona construye sobre su historia de vida y la de su barrio, es un antes y un después, que generalmente simplifica el mundo y la experiencia en dos categorías: pasado – presente; el bien contra el mal; la sociedad luchando contra el anti-social. El crimen como una experiencia fatídica es asociado a todo cambio desafortunado (aunque no haya una conexión clara): “no hay como visitar a la familia en la noche por no dejar la casa sola” “nunca salgo después de las cinco de la tarde”, “no hay nadie en el barrio que no haya sido asaltado”, “Los culpables son del barrio pobre, de la costa, son colombianos, peruanos, etc.”, todas éstas, son determinaciones absolutistas que terminan por performatear la realidad en su aparente intento de describirla, y donde se anclan proyectos políticos discriminatorios, demagógicos y totalitarios desde el poder.

Los productos que han resultado de nuestro trabajo, apuntan a problematizar la normalidad con que miramos el paisaje urbano y las practicas populares desplegadas contra el crimen, así como la incorporación de discursos hegemónicos de in-seguridad; en este sentido, nuestro trabajo de registro solo se activan en el dialogo con la gente.

En Cuenca y específicamente en el barrio “El Vecino” (Barrial Blanco) hemos sido testigos de un debate que ejemplifica la situación de muchas otras ciudades del Ecuador: Mientras que las “Brigadas Barriales” proponen una participación más activa de los ciudadanos dentro de organizaciones comunitarias políticas de alerta y defensa, su papel de ciudadanos civiles pierde perspectiva, las medidas de acción en contra de la inseguridad en este marco, censuran posibilidades de ocupación del espacio público afectando las premisas de democracia y los presupuestos ideales que proponía la modernidad al concepto de ciudad.

Para la X Bienal de Cuenca, nosotros hemos querido entender las particularidades de la gente hablando de su barrio, confrontando el hecho de su “mala fama”, y en el acto de hablar encontrar la posibilidad de volver a pensarnos.

El Bloque